El lunes 5 de agosto a las 19.10 Lautaro Guzmán se tomó el tren de la línea Roca ramal Alejandro Korn en la estación de Longchamps. En la localidad de Adrogué se subió una mujer acompañada por una nena de, aproximadamente, diez años. El vagón no estaba desbordado ni vacío. La niña se sentó en el único asiento disponible, al lado de Lautaro. Lo que pasó, instante después, lo cuenta él: “Ella estaba chocha porque había encontrado un asiento vacío, pero la señora la agarró la mano y se la llevó. ‘Vení para acá -le dijo-, ¿cómo te vas a sentar con ese villero?’. No me lo olvido más”.
Lo escuchó con nitidez. Pero le restó importancia, no le contestó, se puso los auriculares y siguió viaje, sentado solo.
A las ocho de la noche tenía que estar ingresando a su puesto laboral: es enfermero, trabaja hace un año en el área de Unidad Coronaria de la Clínica Avellaneda, a cinco cuadras de la estación.
Cuando llegó, le comentó lo sucedido a su compañera. La indignación de ella despertó su repudio. La condena popular le activó un sentimiento de repulsión. A las seis de la mañana del martes, salió de trabajar. Llevaba puesto un ambo verde porque no dispone de tiempo para cambiarse: si se pierde el tren de las 6:10, tiene que esperar mucho.
Recreó el itinerario de siempre: tren hasta Longchamps, colectivo 515 desde la estación, caminar una cuadra y llegar a su casa para desayunar con Marta, su mamá. Recién ahí recuperó los datos de su celular y pudo publicar su respuesta en las redes sociales: “La gente va por la vida juzgando por las apariencias. Acá el ‘villero’ con el que no me siento en el tren. Señora, ojalá nunca necesite de mí, porque para su fortuna la voy a ayudar traiga la ropa que traiga”.
Lautaro dijo que lo puso “por poner” y que ni siquiera pensó lo que había escrito. La publicación se viralizó: 78 mil veces compartido en Facebook y otros miles en Instagram. “Ese día no dormí. Me empezaron a llegar mensajes y felicitaciones por todos lados. Me pareció una locura todo lo que pasó”, confesó.
La potencia del mensaje estaba reforzada por una imagen. A su compañera le había pedido que le sacara dos fotos: una con la vestimenta con la que había llegado, otra con su ambo de trabajo. Sus zapatillas deportivas son lo único que se repiten en un collage de contraste. La gorra, la campera del Barcelona, el estereotipo “villero” que había confundido a la pasajera, solo era su ropa. “Siempre voy a trabajar así, es más cómodo”, dijo.
“Al principio no le di mucha importancia -narró Lautaro-. No me pareció nada grave, era solo el comentario de una señora equivocada. Después me puse a pensar un poco en el prejuicio. Sentí un poco de bronca cuando llegué a mi trabajo y me cambié la ropa. Se terminó enterando todo el mundo, desde los médicos hasta el director de mi clínica. Y me apoyaron porque saben quién soy”.
“No sé qué habrá pensado la señora, si era un pibe chorro o qué. No sé a dónde se la habrá llevado a la nena. Pero sí, es feo, te sentís un poco rechazado. La nena tranquilamente podría haberse sentado conmigo”, comprendió. No es la primera vez que le pasa: “Cuando voy al trabajo vestido así, siempre te miran. Yo soy cero conflicto, soy un pibe tranquilo. Eso sí, cuando vuelvo en el tren con el ambo, vienen y se sientan sin problemas”.
Lautaro tiene 22 años, es enfermero y fanático de River. Vive en Longchamps con su mamá Marta, ama de casa, y su papá José Luis, metalúrgico. En su familia, es el único que estudió. Su papá no quería que trabajara: “Decía que si yo empezaba a trabajar me iba a gustar la plata e iba a dejar la carrera”. En 2017 se recibió de enfermero profesional en la Cruz Roja Filial Almirante Brown y en simultáneo realizó un posgrado de Hemodinamia en la Universidad Favaloro.