A Víctor Emilio Galíndez, que protagonizó uno de los cinco combates más dramáticos y sangrientos de la historia del boxeo mundial, la muerte lo esperó agazapada, sabiendo que el excampeón mundial de los mediopesados estaba con la “guardia” baja, el 26 de octubre de 1980, en una carrera de Turismo Carretera en 25 de Mayo.
Antes de esa fatídica mañana en el circuito semipermanente de 25 de Mayo, Galíndez había escrito una de las páginas más gloriosas del boxeo argentino por su guapeza y entereza arriba de un ring.
El combate que dejó una impronta conmovedora y épica en la historia del pugilismo mundial fue la noche del 22 de mayo de 1976, en Johannesburgo, Sudáfrica, cuando le ganó al estadounidense Richie Kates faltando 12 segundos por la campana final.
Esa era la quinta defensa de Galíndez de su reinado en los mediopesados de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). Kates le había cortado una ceja en el cuarto round, y como la herida era profunda, brotaba mucha sangre.
A medida que transcurrían los asaltos (la pelea estaba pactada a 15 rounds), Galíndez no podía ver y así se lo hizo saber a su rincón, que temía que el médico del combate lo detuviera y también el árbitro grecochipriota Sudafricano Stanley Christodoulou
Galíndez estoicamente, con su bagaje de guapeza y coraje, se apoyaba en el arbitro para secarse algo la sangre que no para de salir, hasta dejar la camisa de Christodoulou de color rojo, y esa imagen recorrió el planeta, y agigantó la figura de Galíndez.
“No detuve la pelea porque había que darle la oportunidad a Galíndez que defendiera su título dignamente”, confesó años después Christodoulou, al tiempo que destacó orgullosamente que su camisa estaba en el museo de Johannesburgo.
“Víctor, una mala noticia”, le dijo en los camarines el hombre más influyente de la historia del boxeo argentino, Juan Carlos “Tito” Lectoure. Galíndez preguntó: ¿qué pasó”, y así, sin vueltas, el mandamás del Luna Park soltó: “Mataron a Ringo, fue anoche, en la puerta del Mustang Ranch, en Reno, Nevada, no sabemos más nada”.
Lo que un rato antes no pudo lograr Kates cuando tuvo a su merced a Galíndez, lo provocó la muerte de su gran amigo Oscar Natalio Bonavena. El gladiador de Vedia, la fiera que domaba rivales, se desplomó con un llanto desconsolado.
El crédito de Vedia ingresó al salón de la fama en 2002, como lo hicieron antes Carlos Monzón (90), Pascual Pérez (95) y después el “Intocable” Nicolino Locche (2003).
Galíndez protagonizó en su carrera como profesional 67 peleas, de las cuales ganó 52, 34 por KO, y perdió nueve.
¿Qué hacía el exmonarca en una competencia de TC?, se preguntó el mundo del boxeo, desconociendo que Galíndez tenía otra gran pasión, además de demoler rivales en un ring, y era el automovilismo.
Pensaba conducir un bólido de la popular categoría, pero antes tenía que hacer sus primeros palotes en esa actividad. Entonces, aceptó el convite del misionero de Oberá, Antonio “Nito” Lizeviche, para acompañarlo en la butaca derecha de su coupé Chevrolet.
Ese fue el trato entre Lizeviche y Galíndez, y tras postergarse la Vuelta de 25 de Mayo para el 26 de octubre, el expúgil se probó un buzo antiflama de “Nito”, consiguió un casco, unas botitas parecidas a las de sus épicos combates y partió hacia el semipermanente.
La Chevy número 19 de Lizeviche, que tenía la motorización de los “próceres” de la mecánica, Omar Wilke y Jorge Pedersoli, le daba seguridad, y antes de la final Nito dijo: “Ojalá que el auto no se rompa porque Víctor se merece que el auto responda, y hoy será un día inolvidable en su vida”.
Largaron la final, y a 6.5 kilómetros la caja de velocidades se rompió, y tanto Lizeviche como Galíndez decidieron ir caminando por la banquina a los boxes, y no aceptaron que Miguel Atauri, que había abandonado, los llevara, y tampoco aceptaron la invitación del público a comer un asadito, como era el ritual en las carreras de ruta.
A las 13.25, el Falcon de Marcial Feijoó entró en trompo, al intentar pasar a otro auto, y con la cola golpeó fuertemente a Lizeviche y Galíndez, quienes murieron en el acto. La tragedia dominó la soleada mañana de 25 de Mayo, y poco importó el triunfo del moronense Oscar Aventín.
A modo de síntesis, el prestigioso periodista, Ernesto Cherquis Bialo, conocedor como pocos de boxeo y de Víctor Galíndez, lo definió: “Era una criatura que supo noquear a los más feroces adversarios, sin tener el reconocimiento popular que merecía”.
“Sobre el ring fue un campeón excepcional, pero debajo tomó siempre decisiones equivocadas, y la última le costó la vida”. Su desenlace en la vida lleva a la misma reflexión que el propio Galíndez hizo cuando se enteró de la muerte de Bonavena: “qué estúpido morir así”.
Fuente: Télam