A medida que las calles y plazas de las ciudades de todo el mundo se vacían de gente, se imponen las cuarentenas y se crean ambientes más desérticos, limpios y silenciosos, los animales salvajes irrumpen y se adentran en los centros urbanos como si exploraran nuevos ecosistemas que un día habitaron.
Las redes sociales recogen muestras de cómo la crisis del coronavirus cambia los ritmos de la vida ciudadana y actúan como un termómetro que da señales evidentes de que la fauna sale a la escena con un protagonismo que hasta ahora no tenía.
Lo mismo ocurre en los ríos y con el correr de los días, se viralizaron muchos mensajes sobre las virtudes de la cuarentena para dar un respiro al planeta y el río Salado no es la excepción. El resguardo obligatorio alcanza también a la pesca y al disminuir la presión, las especies vuelven a aflorar entre las aguas.
Las imágenes viralizadas de gran cantidad de peces en el mismo, demuestran la importancia de dejarlo descansar.
A diario, pescadores deportivos y comerciales taladran con sus anzuelo, redes y motores a los cientos de especies, lo cual provoca que la actividad se vuelva cada vez más compleja.
Resta esperar que con el fin de la restricción la avalancha de pescadores -cuando no depredadores- sea lo menos agresiva posible.