La estrategia británica es radicalmente distinta a la del resto de los países de Europa, ya que decidió mantener abiertos buena parte de los establecimientos y permitir las reuniones públicas. Acusan a Boris Johnson de priorizar las finanzas, por encima de la gente.
“Debo sincerarme con ustedes, con el público británico: muchas más familias van a perder a sus seres queridos antes de tiempo. Esta es la peor crisis de salud pública en una generación”, advirtió el primer ministro Boris Johnson sobre el brote de coronavirus pero aún así evitó tomar medidas drásticas como las que se están decretando en el mundo por consejo de la Organización Mundial de la salud.
Lo acusan de “sacrificar” a los más vulnerables y le exigen medidas más restrictivas como las que se instalaron en España, Francia o Italia: prohibición de eventos multitudinarios, suspensión de vuelos, cierres de fronteras, cuarentenas forzosas y voluntarias… Sin embargo, el premier decidió avanzar por un camino totalmente distinto al resto del mundo e, incluso, ordenó dejar de hacer la prueba del coronavirus a todo el mundo excepto a quienes registren los síntomas más severos de la enfermedad, y que el resto -aunque pueda estar contaminado- se limite a quedarse voluntariamente en sus casas durante una semana.
El editor de la revista médica The Lancet, Richard Horton, rechazó el accionar del Gobierno y afirmó que se deberían haber introducido antes medidas más agresivas de “distanciamiento social”.
“La primera regla epidemiológica es que cuanto más pronta sea la intervención tanto mejor. Del otro lado de la balanza se halla el impacto económico, los gobiernos no pueden al mismo tiempo minimizar la tasa de mortalidad y el golpe a la economía, tienen que elegir”, afirmó el profesor Roy Anderson, del Imperial College de Londres.
Si bien Johnson hace las cosas a su manera, aseguró que podrá produndizar las restricciones a medida de que se expanda la epidemia.